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María J. MUÑOZ CACHÓN, Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, Dpto. Genética, Antropología Física y Fisiología Animal
Esther REBATO OCHOA, Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, Dpto. Genética, Antropología Física y Fisiología Animal
En la mayor parte de las sociedades desarrolladas, el exceso de peso es considerado como un “infortunio” para la persona que lo presenta y para los que le rodean de forma que, a través de los familiares, compañeros de trabajo, amigos, etc., se puede llegar a ejercer sobre los individuos una presión social dirigida hacia la pérdida de peso la cual puede ser extremadamente fuerte (Bellisle et al., 1995). Dicha presión puede conducir al desarrollo de los denominados trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia o la bulimia nerviosas y la ortorexia (obsesión por comer sólo alimentos “saludables”), así como a la vigorexia, que aunque no está reconocida como enfermedad por la comunidad médica internacional, es un desorden emocional donde las características físicas se perciben de manera distorsionada. Por otro lado, pueden surgir problemas de sobrepeso y obesidad que constituyen un importante problema de salud pública en los países occidentales (OMS, 2000).
Los trastornos de la alimentación son desórdenes complejos que comprenden dos tipos de alteraciones de la conducta: unos directamente relacionados con la comida y el peso, y otros derivados de la relación consigo mismo y con los demás. A pesar de las graves alteraciones en la conducta alimentaria y, en consecuencia, en el estado nutricional, tras ellas subyace un conflicto de tipo psicológico relacionado en parte con la percepción de la imagen corporal, que se refiere a la representación mental y a la vivencia del propio cuerpo. A pesar de ser conceptos diferentes, los términos “apariencia física” e “imagen corporal” frecuentemente se confunden. La diferencia entre ambos conceptos radica en que personas con una apariencia física alejada de los cánones de belleza pueden sentirse bien con su imagen corporal, en cambio, personas socialmente consideradas como bellas pueden no sentirse bien con su propia imagen. Así, la imagen corporal puede definirse como el modo en el que uno se percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo, siendo éste un fenómeno multidimensional.
Foto: daniellehelm.
En las últimas décadas, se han desarrollado distintas colecciones de siluetas, enfocadas principalmente al estudio de la distorsión de la imagen (Fitzgibbon et al. 2000, Cash y Pruzinsky, 2002). En 1983, Stunkard y colaboradores desarrollaron dos colecciones de 9 imágenes, una para hombres y otra para mujeres, que representaban desde imágenes muy delgadas hasta muy voluminosas con objeto de que los niños fuesen capaces de seleccionar la silueta que más se acercaba a la imagen real de sus progenitores. En el año 2000, Williamson y colaboradores desarrollaron un método de evaluación de la imagen corporal para la obesidad (BIA-O), con el objetivo de analizar las distorsiones de la imagen asociadas con los trastornos alimentarios y la obesidad (Williamson et al., 2000). Este método consiste en 18 siluetas para cada sexo, elaboradas como extensión de una colección primaria de 9 siluetas (Williamson et al., 1989).
La insatisfacción con la imagen corporal ha sido asociada con los trastornos alimentarios y la obesidad. Los estudios iniciales sobre la distorsión de la imagen corporal se enfocaron hacia la población obesa. Más recientemente, debido al incremento de la incidencia de la anorexia y la bulimia, las investigaciones se han dirigido también hacia estos grupos de riesgo. El incremento en la frecuencia de estos trastornos alimentarios se ha atribuido a la preocupación en las sociedades occidentales por una imagen femenina irreal y cada vez más delgada. Incluso, dentro de poblaciones no afectadas por trastornos alimentarios se han encontrado mujeres en normopeso que presentan distorsiones en su imagen corporal, y es evidente que muchas mujeres se “sienten” gordas independientemente de su peso real. Debido a esto han desarrollado conductas alimentarias que pueden poner en riesgo su salud. Estas observaciones han conducido al desarrollo de la teoría del “malestar normativo” por Rodin et al. (1985), la cual afirma que “ser atractivo (delgado) se ha convertido en un imperativo cultural”.
Foto: Jaci Berkopec.
Numerosas investigaciones se han enfocado hacia la relación existente entre la imagen corporal y el índice de masa corporal (IMC) en sujetos diagnosticados con trastornos alimentarios (Almeida et al., 2002, 2005), desórdenes mentales (Veggi et al., 2004) o incluso individuos que desarrollan una intensa actividad física (Damasceno et al., 2005). Sin embargo, pocos estudios han utilizado las diversas colecciones de siluetas para evaluar el sobrepeso y la obesidad en población general a través de estudios epidemiológicos (Madrigal et al., 1999, Kaufer-Horwitz et al., 2006,). De hecho, los trabajos enfocados hacia el estudio de la percepción de la imagen corporal en poblaciones con normopeso o sobrepeso son escasos, quizá debido a la dificultad que entraña dicha estimación, ya que la imagen corporal es un concepto multifactorial (Arroyo et al., 2007). Recientemente, algunos trabajos han intentado relacionar las colecciones de imágenes con el IMC con resultados más que satisfactorios (Bulik et al., 2001, Muñoz-Cachón et al., 2009). A pesar de que el uso de imágenes no sustituye a la antropometría o a otras técnicas similares, su aplicación puede ser ventajosa cuando se trabaja con muestras poblacionales muy extensas, en situaciones en las que los estadiómetros no están disponibles, o cuando se realizan evaluaciones en poblaciones desfavorecidas (personas mayores, determinados grupos étnicos, poblaciones de países en desarrollo, personas discapacitadas, etc.) donde la estatura y el peso autodeclarados no son tan precisos como, por ejemplo, en poblaciones de mayor nivel socioeconómico.
Según los diversos estudios realizados sobre el tema, puede afirmarse que en las sociedades occidentales la imagen corporal y sus distorsiones están fuertemente influenciadas por factores socioculturales, ya que los medios y las presiones sociales tienen una gran influencia sobre la percepción de la imagen corporal y el grado de satisfacción con la misma. En estas sociedades, el hecho de sentirse “gorda” es una realidad diaria entre las mujeres y cada vez más entre el sexo masculino, aunque se ha observado que las mujeres tienen una mayor tendencia que los hombres a percibirse como “gordas”, a hacer algún tipo de dieta y a visitar al médico en busca de consejos acerca de problemas asociados con el sobrepeso. Estos comportamientos se relacionan con el hecho de que las mujeres presentan en general una mayor insatisfacción con su apariencia física que los hombres, y parece que las diferencias más notorias entre sexos se relacionan con una creciente insatisfacción con el peso corporal (Conti et al., 2005).
Bibiografía
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